Heraldos del asedio by unknow

Heraldos del asedio by unknow

autor:unknow
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


* * *

—¿Sobrevivirá? —preguntó Khalid Hassan.

La cámara estaba llena de oscuridad, tan metida bajo tierra que la luz del sol nunca había rozado la piedra húmeda. A pesar de que debería haber hecho frío, el suelo bajo sus pies estaba caliente como la sangre y lo había estado desde que habían roto las primeras protecciones. Había ruidos más abajo, ruidos horribles, cosas que no se habían oído desde las noches más antiguas de la ignorancia desprotegida de la especie. No cesaban nunca y atacaban el débil borde de la propia cordura.

—¿Puede superar el cambio? —⁠insistió Hassan.

Sentía el peso de la responsabilidad, pues había sido él quien había rescatado al sujeto de la nave de la V Legión llamada Lanza del Cielo. Lo había colocado en la cápsula de inmovilización y había organizado las patrullas de protección que impedían que los Lobos de Fenris detectaran el transporte. Había prometido a los chamanes del tiempo de los White Scars que cuidarían de aquel guerrero, que permanecería intacto el tiempo suficiente para que llevaran a cabo los rituales de sanación.

El juramento se había cumplido en el sentido de que el legionario de los Thousand Sons se encontraba bajo los cuidados del Sigilita; pero si se le podía describir como «intacto» o no, era otra cosa.

La antigua armadura había desaparecido, pues la habían retirado durante una operación que había durado seis horas. La carne que había debajo estaba hinchada casi hasta el punto de la obesidad, moteada por vasos sanguíneos rotos y descoloridos que formaban unos brotes con aspecto de coral. Lo que antes habían sido gruesos músculos colocados sobre una estructura de huesos pesados se había convertido en una piel flácida, con agallas, pulsante y húmeda por la grasa y el sudor.

Había muchas manos trabajando en aquella cámara. Los camilleros llevaban circuladores de sangre y agujas hipodérmicas, con los rostros escondidos bajo mascarillas y unos movimientos que se asemejaban a los de los monjes en reverencia. Unos adeptos ataviados en túnicas atendían las siseantes columnas de respiradores, y nunca apartaban sus rostros encapuchados de las lentes de gas que mostraban datos esotéricos. Unas columnas de incienso se alzaban desde unos cuencos de bronce colocados de forma estratégica que hacían que la sala apestara a un dulzor mezclado con la sangre y el pus drenado. Otras figuras, con túnicas oscuras y muy delgadas, acechaban por los bordes de la sala y recitaban palabras de protección en un idioma que había muerto mucho antes del falso amanecer de la Unificación.

—¿No me vas a responder? —se atrevió a preguntar Hassan, insistente. La culpabilidad lo asediaba y hacía que su presencia fuera superflua.

No recibió ninguna respuesta durante un largo rato. El único que podía contestarle estaba encorvado y trabajando, tal como había estado desde que le habían llevado el cuerpo. Su pesada capa estaba húmeda por el sudor. Aquel hombre parecía mayor, más de lo que cualquier alma tenía derecho a ser. Tenía la columna vertebral curvada y jadeaba; y, aun así, el aura de poder se



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